Tintintintin
Alarma, café, ducha y salgo de casa. Paseo al arbusto favorito de Paco, giro sobre mí mismo y pongo rumbo a la oficina.
Diez minutos en silencio, abrazado por una bufanda de mi padre y tres capas de lana, algodón y cachemir. El sol apenas asoma en la bahía que dejo a mi izquierda al entrar en la oficina.
Ocho horas más tarde dejo al mar a mi derecha. Vuelvo a casa, las capas de abrigo se relajan ante el todavía tímido sol. Los ladrillos vuelven a sus tonos rojizos y a Paco ya no le corre prisa volver a casa.
Algún tímido pajarillo canta con frío y por primera vez oigo un tintineo que acompaña las melodías de las ramas. Me giro tratando de buscar lo familiar, pero es en vano. Hoy entiendo que girarme no sirve de nada. No hay nadie al que seguir, nadie que me venga a buscar.
Me desabrocho el chaleco y el tintineo se acentúa. Las medallas de mi padre ahora cuelgan de mi cuello. Su característico tintineo me acompaña desde hace semanas. Ahora me toca a mí hacer compañía a los primeros cantos primaverales. Poco a poco, con cada día que se alarga, con cada capa de ropa menos.
La luz vuelve a Tallin después de haber estado desaparecida en Madrid. Llego a casa, “tintintintin”, hoy ha merecido la pena salir a la calle.